Cuentos de barra a lo Dulka



¡De una puta!, enamorado de una mismísima puta estaba mi primo ¡Tú estás loco, marico del coño! Le gritaba una y otra vez mientras me aseguraba que era el amor de su vida, la diosa de carne y hueso, la miel que todo hombre desea saborear y retener entre sus piernas.

Hermano, tenía que verlo con mis ojos, así que me autoinvité al burdel que queda al frente del Sambil. Al bajar la rampa del sótano, ya veía mi primo con su pantaloncito y camisa del banco volteando la cabeza a cada rato y entre las manos bailoteando el celular. ¡Ya llegué, pana, deja el estrés! ¡Verga, hermano, pensé que no ibas a venir!



Como siempre, un hombre trajeado nos da la bienvenida mientras verifica nuestros 18 años recién cumplidos. Adentro, luz tenue, sofás rojos y sillas redondas, pero quién iba a estar pendiente de la decoración entre tantas tetas y culos. Escogemos una mesa, y ya de una, sin anestesia, el mesonero nos dice: Caballeros, aquí solo servicio. ¡Ya la tarjeta palo abajo!, pensé.

Una de Ron (lo más barato), pero Cacique para aguantar la noche sin problemas estomacales. Ya con el primer trago en mano, mi primo levanta la mano y, con esa seña, se viene a nosotros un cuerpo blanco, delgado, cabello negro lacio y largo, unas tetas naturales, ¡Dios, naturales!, curvas de impacto y con una cara de niña, una menorcita dentro de tanto demonio.

Pregúntame quién la acompaña, esa, la que sería mi pareja, pana, no me acuerdo, una equis antes la belleza de Petrica. Sí, Petrica con los senos al aire y una pantaletica que solo le tapaba la línea de la vagina. Mientras mi primo tocaba con sus manos sus téticas, mientras mi primo la besaba locamente y le prometía que sería la reina de Caraballeda, Petrica, tan linda, trataba de llenar sus puntos ofreciéndonos comida y otro servicio.

¡Otro servicio! Si ya ando rascado, tan rascado que le hice caso a la colega de Petrica de comprarle la llave del cuarto, golpe que pagué con parte de lo que iba para el semestre en Diseño. Lo peor es que ni me acuerdo del nombre de la puta esa, porque andaba excitado por las tetas de Petrica: blancas y con las aureolas rosaditas.

Cuarto 405, ni que aquí hubiera esa cantidad de habitaciones, ¿o sí?, cama roja, olor a cigarro, sillita para colgar la ropa. Me dice que no la puedo besar, cero sexo oral,   nada de esto o de aquello, así que le dijo: mija, sí ya sé, ponte en cuatro, porque lo que sí me acuerdo es que la morena tenía un culo grandote, que al ponérmelo cerquita de la cara se le veía una vagina jugosa y ancha.

Le agarré el cabello con la izquierda y con la derecha  parte del estómago para engarzarla lo más duro posible. La tipa gritaba, gemía, gritaba, gemía como una canción rallada, y pensaba que seguro Petrica no sería así, Petrica la bonita, modosita, venida de Los Andes a este mundo de perros, y me imagino a Petrica una y otra vez besándole la punta de los senos, lamiéndole la pantaletica amarilla, hundiéndome en su perfume dulzón, saboreándole su jugo… hasta que acabo, y los gritos se paralizaron como si le hubiera dado stop al reproductor.

¡Solo es un polvo! Sí, ya sé. La habitación me da vueltas, olor a cigarro rancio. Voy al baño, me recupero y salgo pensando que tendré que ver el show de batitubos hasta que mi primo salga de su round con Petrica; pero…sorpresa: Lo veo llorando como un niño mocoso.

¿Qué pasó? Petrica se fue, hermano. ¡Se fue, coño, se fue!, pero ¿para dónde? Con un viejo que le pagó varios servicios, y tú no estabas para pedirte dinero y así ganarla esta noche. Marico, ando que muero.


Y pensar que pude haber tenido a Petrica, la gochita, la de las tetas naturales y redondas, la que me excitó esta noche; por eso, hermano, no se enamore de putas o, mejor sí, tenga bastante billete y piérdase en ese cuerpo.

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