Cuando el Nazareno me escarchó




El inicio de la adolescencia no es fácil y más si tus papás son divorciados y las salidas de los fines de semanas se tornan en una pelea constante de recordar los malos momentos que hicieron que tus padres se separaran.

Así estaba como a los 12 años de edad, cansada de ver a mi papá manejando mientras mi mamá recordaba algo de una pintura de labios que no era de ella y que, a pesar de la distancia, quería saber quién era la dueña. En ese momento le pedí a Dios ser grande y poder irme lejos, muy lejos de esa locura y no tener que cursar el postgrado en cómo montarle los cuernos a...

Pero la realidad era que apenas terminaba la primaria y no me dejaban salir sola a la esquina hasta que, yendo a la misa dominical, vi que iniciaban los cursos sabatinos de la catequesis, por lo que podía liberarme por un tiempo de las salidas familiares.

Así que todos los sábados en las mañanas iba a la Basílica"Santa Teresa", en el centro de Caracas,  para mi curso de dos horas que me permitiría reforzar lo aprendido en la Primera Comunión e ir los domingos a misa con mi mamá, tiempo en que las dos respirábamos verdadera paz.

Sensación que quise prolongar inscribiéndome en uno de los grupos de la iglesia. Seguro pensarán que fue el coro, pero mi voz que pierde hasta en un karaoke no servía para ello, por lo que me postulé como parte de la Brigada, y ¿qué es eso?, pues un grupo que se encarga de poner orden en las misas, llamar la atención a los feligreses que estén hablando fuerte o intentando robarse alguna flor de los santos, prohibirle el acceso a personas con ropa inadecuada o actitud sospechosa.

¡Sí!, sé que van a pensar que es como un policía, pues vamos a imaginarnos que era algo de eso, pero lo disfrutaba un montón, más cuando al terminar la misa, el grupo iba a un parque o se reunía en casa de un compañero y así evadía completamente las extrañas salidas con mis padres.

Así fue pasando el tiempo, con la Brigada aprendí a bailar, hacer fiestas en mi casa tipo matiné, a aprender hablar con muchachos (ya que el cole donde estudiaba era de puras niñas) y a ganarme cierta confianza en el grupo, que me permitió tener una responsabilidad importante en el acontecimiento más solemne de toda iglesia: Semana Santa.

Fue así como un Martes Santos, día en que la Basílica quedaba la mayor parte cerrada para decorar al Nazareno de San Pablo, tuve la gran responsabilidad de recibir las orquídeas que regalaban los feligreses para arreglar el arco que engrandecía al santo.

Recuerdo que era un espacio pequeño con rejas negras que daban hacia la calle, allí aglomerados se reunían los feligreses para orar o regalar las flores. En medio del espacio, yacía el Nazareno de San Pablo con su traje de terciopelo morado y encima un arco listo para ser arreglado con las ofrendas.

Mi función era muy simple, estar cerca de la reja para agarrar las orquídeas y dárselas al decorador. En ese espacio tan pequeño, las oraciones de las personas se escuchaban como susurros constantes con altibajos, acompañados de lágrimas y quejidos.

Más y más personas se iba aglomerando, algunos se arrodillaban y tapaban sus ojos con las manos mientras balanceaban la cabeza suavemente y, en ese vaivén, sacaban peticiones de sus labios. Más y más personas llegaban con orquídeas moradas, rosadas, blancas y amarillas y mi objetivo era tratar de alargar mi brazo lo más que pudiera para alcanzarlas.

Una, dos, tres horas, el tiempo se había perdido en ese espacio donde ya no entraba la luz del sol porque cada hueco de la reja negra era tapado por la súplica de algún feligrés. Sentía un calor sofocante y unas ganas terribles de desmayarme, pero no lo hice, saqué fuerza para respirar y que con la inhalación todo volviera a la calma.

¡Mírenla!, ¡mírenla!, ¡no puede ser! La gente se pega mucho más a la reja y sus ojos ya no están en el Nazareno, sino en mí. No entiendo lo que pasaba, todos se arrodillan y sus brazos tratan de tocarme ¡Él está aquí!, ¡está escuchando nuestras súplicas! No puedo moverme, tengo una inmensa tristeza y unas terribles ganas de llorar porque no puedo ayudarlos, ¿y de qué viene este pensamiento?,  quiero que me perdonen, ¿pero de qué?

Siento una mano por la espalda que me voltea, era el decorador que se había bajado de las escaleras para verme. ¡Hija, estás toda escarchada! Vamos para que tomes agua.

Entro a la oficina del párroco donde me sientan en una silla de madera y terciopelo vinotinto para que beba agua con azúcar mientras veo mis brazos con un polvillo metalizado, muy mínimo, muy brillante. Cuando busco un espejo, me veo las mejillas súper rojas con la misma escarcha. ¡Seguro se le subió la tensión con el calor!, me comentan los sacerdotes, aunque en el fondo quiero creer que sí, que fue una presencia divina.

Al llegar a mi casa, sentía que mi vida tenía un propósito, quizás ayudar a los demás o hacer algo importante por los demás. Con esas ganas, seguí en la Brigada “Santa Teresa”, y con la llegada del padre Adán Ramírez, hoy Monseñor y Deán de la Catedral Metropolitana de Caracas, organizamos un acto solemne para formalizar nuestra labor parroquial.




Pasó un tiempo muy largo, vinieron más Semana Santas, y para mí algo se iba perdiendo con la llegada de una nueva cuaresma. La gente se fue yendo; los que se quedaban estaban más interesados en bendecir una sábila con cinta roja; ya iba a culminar el colegio.

Hice un periódico de la Brigada donde hablábamos de las actividades de la parroquia “Santa Teresa”, sus problemas y posibles soluciones. Cada ejemplar por un costo de Bs.50 aunque, al final, terminé regalándolo.

No hubo más calorones o polvillos mágicos, la edad no perdona, y Dios cumplió mi petición: me hice grande sin saber que con eso iba a buscar mi paz en otros rumbos. A veces extraño las peleas de mis papás, pues al menos estaban o estábamos juntos.

Han pasado años, no he dejado de ser católica, pero ya mis encuentros con la religión no son en misas o días festivos. Los he cambiado por un nicho de la Catedral, un día de semana cuando se pueden contar como 15 personas en toda la iglesia.





Comentarios

  1. SALUDOS DULCE PÉREZ...
    Muy interesante esta experiencia. Te lo digo porque la leí completa y posiblemente haya sido ese algo especial de ese martes Santo que también en otra fecha yo viví allí adentro.

    ENLACE: https://elguardiancatolico.blogspot.com/2012/04/el-nazareno-de-san-pablo-martes-santo.html

    Yo trabajo periodista con el Arzobispado de Caracas desde 2009, y he tenido la oportunidad de estar algunos Martes Santo allí, y saber como organiza todo eso del Nazareno. Bueno, hasta donde he podido conocer, porque no me doy licencias para entrar más allá de donde no me han invitado, pero es una interesante experiencia. Además, mencionas personas con quienes también he compartido como Monseñor Adán Ramírez. Seguramente por bien informada que debes estar, sabrás que el "decorador" del Nazareno falleció; y que conozco a CAROLINA, hoy abogada, quien actualmente dirige junto a Fernando esa Brigada de Orden. Mira que he sido muy metiche para entrar en tu blog, leer esto y comentarte. Te deseo muchos éxitos en esa flamante libertad. Espero que tus padres también sean felices cada uno por su lado...

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    1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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    2. Hola, estimado Ramón! Sí, yo trabajé con Carolina y Fernando en la Brigada. Tienen toda una vida juntos, qué bueno!!!! Mándales muchos saludos y abrazos. :)

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