Cuando me invitaron a Miraflores e hice que Chávez hablara con los medios


¿Cuándo fue eso?, ¿seguro militaba parta el PPT?, ¿qué horror?, ¿y Dulce era enchufada?, todas estas cosas he escuchado cada vez que comento que un día, exactamente un 18 de junio de 2002, me invitaron al Palacio de Miraflores como pasante del departamento de Asuntos Públicos del antiguo Ministerio de Energía y Minas.

Era todo un acontecimiento, porque después de los hechos de abril, Chávez se había mantenido bajo perfil y casi no se sabía de él; por lo que todos los asistentes, más que saber del acuerdo gasífero "Mariscal Sucre", querían ver cómo estaba el Presidente y el estado físico de Miraflores.

Por lo que no fue sorprendente observar a un grupo de personas con buenos atuendos hablando en susurro cosas como: "Viste que el cuadro de Bolívar está más abajo que antes". "A mí me contaron que lo había volado de la arrechera". "Yo te cuento que ni pases por el pasillo porque parece que rompieron varias obras de arte".

En ese ambiente de cuchicheos, intrigas, miradas tensas por no conocer exactamente con quién se estaba hablando (ya que no se sabía si el chavista era chavista o el de la oposición era un infiltrado), me encontraba en el fondo del Salón Ayacucho, viendo esa obra de teatro de nuestra política venezolana, justamente  detrás de una cinta de seguridad de color azul, que marcaba el paso de los periodistas invitados. 

"¿Tú sabrás si Chávez le hablará a la prensa". "Que yo sepa no". "¿Pero tu no puedes hablar con él?  Desde abril no ha salido al ruedo y sería fantástico que hablara con uno". "No, mijo, yo soy una simple pasante y de lo que me hablas no está en el protocolo". "Pero tú estás adentro de la sala, nosotros estamos aquí confinados. A menos tienes más chance de preguntar". "De preguntarle a quién, a Chávez, jajajaja, tú crees que soy María Gabriela". "Dulce, piénsatelo, serías una rockstar".

Con esta frase que se me quedó rebotando, pasé la famosa cinta azul para sentarme en el salón hasta que una calma marcó la escena con la llegada de Chávez con una sonrisa que contagió a todos los presentes.

Después de los discursos protocolares y la intervención del Presidente, que no fue tan larga como de costumbre, lo cual sorprendió a todos pues parecía un Chávez renovado, se dio por finalizada la sesión, y con ello la salida de los periodistas del salón, menos de los invitados del área gubernamental, quienes nos quedamos de pie mientras el personaje en cuestión saludaba a los altos cargos.

Lo interesante es que no solo le dio la mano a los embajadores, sino a cada uno de los presentes, por lo que me quedé firme como un soldado esperando a ver si pasaba por mi fila, no con la creencia de que saludara a una pasante, sino para verlo de cerca con el morbo de saber  si tenía alguna herida en la cara o en la mano como chismeaban por allí.

Él ya estaba más cerca, y no le vi ninguna marca, más bien lo noté alto y jovial. Al instante me tomó de la mano y con una voz gruesa exclamó: "¿Usted como se llama?". "Dulce, Sr. Presidente". "Bonito nombre, y dónde trabaja". "En el Ministerio de Energía y Minas". "¿Y dónde queda ese ministerio?". "Sr. Presidente si usted no sabe, imagínese".

¿Por qué le respondí así?, ni idea, pero pensé que me miraría con odio, y más bien lo que hizo fue reírse y decirme que era muy extrovertida, mientras seguía su paso. Allí fue cuando escuché unos silbidos intensos, como esos que te lanzan para piropearte, pero de dónde viene ese demoníaco ruido. Al voltear, veo a dos periodistas que me hacen señas: uno de El Nacional y el otro de Reuters. Me gritan: "¡Allí lo tienes, amiga, allí lo tienes!". "¿Yo?". "¡Dale, Dulce, que tú puedes!"...

Y sintiéndome una rockstar caminé detrás de los uniformados azules y estiré la mano sobre los uniformados blancos hasta alcanzar el flux negro y tocarle el hombro. Cuando ya los de seguridad me iban a parar, el Presidente volteó y exclamó: "¡La muchacha extrovertida!, ¿cuéntame qué quieres?".

"Sr. Presidente es algo pero no para mí, sino para unos amigos que están aquí y que lo quieren conocer". "¿Y esos muchachos quiénes son?". "Son periodistas de Economía". "¿Periodistas?...¿De confianza?". "¡Claro!". "¿Segura?". "¡Pues sí"!. "¿En serio?". "¡Señor Presidente que síiiii!", y lo tomé de la mano como si fuera mi presa y me lo llevé con una cara de extrema felicidad a la cinta azul donde me esperaban los dos periodistas sorprendidos por mi proeza.

"Aquí está muchachos, el Presidente de Venezuela para que le pregunten sobre el acuerdo que acaba de firmar". La mirada de qué "sí pude" no fue normal, un reto inalcanzable que había logrado para mi moral de futura periodista, mientras todo iba saliendo perfecto, pues las preguntas eran las correctamente establecidas en un día de firmas gasíferas y cuyas respuestas estaba siendo grabadas por una cámara de VTV.

Hasta que un estruendo nos congeló, golpes secos, pasos de gente corriendo, y yo prensando: "¡Coño, un golpe de Estado y yo con Chávez a mi derecha!". Asustada, aterrada, mirando para todos lados viendo a todos inmóviles hasta que se asoman cámaras y periodistas de todos los canales de televisión, gritando como locos: "¡Sr. Presidente, Sr. Presidente, Sr. Presidente!"

Cientos de cámaras y micrófonos a nuestro alrededor. Yo nerviosa y Chávez de lo más relajado preguntando: "¿Y cómo te llamas tú?, Bueno, Pedro, respondiendo a tu pregunta"... y yo con ganas de gritar, pensando que todos me estaban viendo en los noticieros con cara de torta y no sabía si mi mamá estaba viendo la televisión, y cómo hago para llamarla. Hasta que el Presidente se altera cuando ve a Luisiana Ríos de El Observador de RCTV que le pregunta algo de unos armas a larga distancia colocadas en El Observatorio del 23 de Enero con vista a Miraflores, y él solo le responde: "Luisiana recuerda que no hablo con medios golpistas!", y yo me quería como morir en medio de tanta tensión, para ver luego cómo sacaba la pequeña constitución azul de su bolsillo y la enseñaba a todos para decir que él estaba dispuesto a medirse en el revocatorio si eso era lo que quería el pueblo, y con esa declaración contundente, siento su mano en mi cintura que me paraliza y su cara acercándose a la mía... "Vamos a tomarnos un café".

Y con la invitación del cafecito dejó a los periodistas allí, mientras todos los presentes lo seguíamos como corderos para adentrarnos a un espacio más pequeño, donde estaban los embajadores y las altas personalidades del evento. Allí, por la mirada que me dieron, no valían mis locuras.

Con el café en la mano, mi jefe Roy me dice: "¡Muchacha, no te puedo dejar sola porque ya quieres volar a la presidencia!". "Jajaja, apenas tengo 19 años, quién sabe, el mundo da muchas vueltas".

Al ver que todo estaba bien y que no me regañaron por mi imprudencia, llamé a mi mamá para saber si me había visto en la televisión. "Hija, te vi en el noticiero, pero por qué no me dijiste que ibas a estar con Chávez". "Yo tampoco sabía, ¿pero me grabaste?". "Y con qué te voy a grabar si el VHS está dañado". Rápidamente llamo a mi hermana. "¿Me viste?". "Sí te vi, qué loca, y ¿ por qué no dijiste que ibas a salir con el Presidente?". "El cuento es largo, pero.. ¿me grabaste?". "No, porque no sé cómo es lo del botón ese del Directv que te graba". ¡Claro, no existía el gordito argentino que explica cómo hacerlo!

Así que no hubo recuerdo de la cara de ponchada en la grabación, pero al menos me quedó la satisfacción que sin pensarlo, ni planificarlo, logré hacer algo de rockstar como me alentaron esos dos periodistas, quienes se llevaron a sus medios algo más que un acuerdo gasífero:



Por cierto, no hubo youtube, pero sí una foto tomada por Ivone Morales de la cara de ponchada:


  


Comentarios

  1. LOOOOOOOO ahora además de baywatch eres una rockstar ^_^

    Que genial aventura y al menos te quedo evidencia de ese suceso ;) muchos daría cualquier cosas por lograr esa cercanía con el difunto Hugo Chavez :-)

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