Cuando me sentí tan pequeña y estúpida





Había regresado de Ciudad Bolívar, pero El Ávila no me hacía olvidar mis ganas de irme al sur. Pronto tendría las vacaciones del trabajo, esas que eran un embrollo coordinar con otra persona porque marzo es flojo económicamente o, mejor dicho, 90% de la población gastó todo en Carnavales.


No había que darle mucha vuelta: ir a la página web, colocar Canaima y contactar a una agencia de viaje y listo; pero no lo quería así, más bien deseaba que fuera como una señal, un mensaje del destino hasta que Laura regresó de un fin de semana largo a la Gran Sabana, pero resulta que Adrián se había equivocado al comprar los pasajes y, en vez de darle click a Santa Elena de Uairén, habían dado con la parada que me propuse desde febrero. ¡Allí estaba la llamada de Dios!




Así que le pedí el dato de su guía, me puse en contacto con William Chung, le hice una transferencia para que apartara el hotel y salí corriendo al Alba Caracas para tener en impreso el boleto Caracas-Puerto Ordaz-Canaima. ¿Lo malo?, estar a las 5:00 a.m. en el aeropuerto y, para los que me conocen, saben que eso para mí es prácticamente no dormir.


Así que a las 3:00 a.m. llamé Ochoa, el súper taxista nocturno de Caracas, para que me llevara a Maiquetía. Solo una puerta abierta en el aeropuerto para divisar los pasillos totalmente solos. Vigilia, vigilia y más vigilia, es que el facebook móvil en esa época era un paseo en morrocoy.


A las 5:00 a.m., me empieza a pegar el sueño, retumbo la cabeza en el counter de Conviasa hasta que me dan la bienvenida para el registro. ¿Lleva licor? ¡Sí! Señorita, son las 5am. Pero no me lo estoy tomando, lo llevo de regalo. Pero no lo puede llevar como equipaje de mano. Es que es un regalo. ¿Para quién? Un pemón. ¿Cómo se llama? William Chung. Bueno...son las 5am, para la próxima me traes otra botella a mí, que tengas feliz viaje.

Entro como si cargara oro en la mochila Coleman con otros regalos que debía dar a mi llegada al Parque Nacional, y si es un parque, ¿cómo los voy a pasar? Ese Chung verá...
A estas alturas no sé cómo llegué a Puerto Ordaz, diez am y sigo esperando en la sala hasta que llamen para abordar la avioneta. Once am y nada. Doce del mediodía y ya quería matar a alguien, hasta que seis pasajeros y a mí nos llaman por nuestro nombre para darnos la bienvenida a un vuelo mágico: donde el mundo nació.

Y con esa frase del piloto nos montamos en esa avioneta con sillas de animal print que me hicieron quitar el sueño. ¡Era como estar en un safari aéreo! Por fin despegamos para adentrarnos en verdes fantásticos hasta que de lejos, muy allende vi esas montañas tan impresionantes, esas líneas de agua frondosas, que me hicieron sentir tan pequeña y estúpida ante tanta inmensidad. Lo que faltaban eran los dinosaurios corriendo para que fuera todo un viaje ancestral.







Y entre lo más verde aterrizamos, bajamos las pequeñas escaleritas hasta que me da la mano un hombre mediano, grueso, piel tostada, cabello oscuro y los ojos achinados. ¿Tú eres Dulce? Sí, ¡Tú eres William! ¡Sí! ¡Bienvenida a Canaima! Ya tu entrada al parque está paga así que súbete al jeep blanco que te está esperando para llevarte a Venetur. ¡Listo! Me subí al auto que me llevó a la recepción del hotel, donde tiré bolso, cartera y, con cámara en mano, salí corriendo a ver esa increíble laguna donde los pemones saltaban de alegría, donde lavaban su ropa sin jabón, donde las mujeres se peinaban el cabello, donde de lejos se veía una cascada, esa agua sabrosa donde encontraría el amor.



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