Pues sí, ¡él era mi Tarzán!






Canaima era mi sueño hecho realidad: un verde inmenso, aguas que te invitan a nadarlas, ropa ligera, comida exquisita y gente súper cálida. Ese primer día llamé a la editora de la revista Impacientes -pues sí, la loca de yo se llevó una laptop- para decirle: ¡Amiga, nunca me he atrasado en las entregas, pero es que no puedo, esto es demasiado para mí!




Así que agarré celular y equipos electrónicos, los metí en la maleta bajo llave y adiós. Le dije adiós a los cargos, a la familia, a los miedos, al trabajo. ¡Estos días serían para mí sin límites! Así que no es de extrañar que al llegar la noche, saliera de mi habitación para ver de dónde diablos salía ese reggaeton.




Caminé los jardines del hotel Venetur, casi me doblo el tobillo pasando unos arenales hasta que llegué a una choza con luces de colores y varios pemones civilizados bailando Eres Mi Cachorrita Mamá. Y dije: ¡Llegué a El Paraíso terrenal! Hasta que un civil me agarró y me dijo: ¡Ni se te ocurra bailar con un pemón, porque si se enamora de ti, te buscará hasta debajo de las piedras y si es que te deja salir de aquí!





Ok, oK, ok , mejor me quedo quitecita viendo el espectáculo con una polar fría en la mano y haciéndome amiga de los guías, quienes me contaban cómo y por qué habían cambiado la civilización por la selva. Risas, bailes, juegos, ¡Todo era genial hasta que el olor... ese olor enrareció el ambiente!

Una parte de Canaima se estaba quemando y todos se pararon para ubicar la zona del incendio. Desde ese momento, dejaron de hablar en español para señalarse pemones contra pemones, pemones contra guías, y yo a al distancia viendo el fuego inmenso e inexplicable.

Hasta que alguien corriendo se acercó a la choza para gritar: ¡Pedro tiene todo bajo control! Agarró a los vecinos que estaban en el pueblo e hizo una hilera desde la casa de la capitanía hasta la montaña, para trasladar los tobos de agua de manera mágica.

Pasaron unos minutos y el fuego cesó, pasaron uno minutos y volvió a subir el reggaeton, pasaron un minutos y las palabras se mezclaban siempre con Pedro, que para mí debía ser una especia de Tarzán por todas las hazañas que había hecho.

Ya era tarde, las horas de sueño no cumplidas me agarraron desprevenida así que me regresé cuidadosamente por los arenales para no caerme y llegar a mi habitación. Fue allí cuando me di cuenta de que todo brillaba sin necesidad de luz eléctrica, ¿cómo rayos pude ser eso? Alcé la mirada y fue lo más increíble que me sucedió: Ver todas las estrellas, planetas constelaciones. ¡Era el planetario del Parque del Este en vivo y directo. Era el Museo de los Niños hecho realidad! Y yo estaba allí debajo de toda esa hermosura con los brazos abiertos girando lentamente, riendo de la grandeza, hasta que sentí su mano y supe que era él.

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