Cuando me iban a deportar a la Vela de Coro




Se acercaba un feriado y a mí me dio por pensar que no conocía los Médanos de Coro. Así que tomé la laptop, ingresé a la página de Valentina Quintero para enamorarme por fotos de la posada La Casa de los Pájaros. El detalle: no había pasajes de avión para la ciudad, por lo que la solución era encontrar un puesto en un autobús,  pero se acercaba un feriado agitado y eso, amigo mío, era misión imposible.





Así que fui a la oficina deprimida ya que mi viaje sería una ilusión hasta que llegó un señor con la chemise de Expresos Occidente preguntándome si se podía poner un carrito de cotufas en el mall. Obviamente no le podía decir que no, pero le respondí que si me daba sus datos pudiera ver la forma de ayudarlo. Antes de irse le pregunté: ¿Usted, exactamente, qué hace en la línea de autobuses? Soy el mensajero, y... ¿por casualidad sabrá si hay pasajes para Coro este fin largo? Está difícil, amiga, pero siendo usted creo que sí.

Al día siguiente tenía un pasaje en la mano con un morral hecho rápidamente en la casa, corriendo para tomar un taxi que me llevara al Cementerio en la noche para tomar el último autobús con rumbo a mis Médanos de Coro.

El bus salió a las 11:00 p.m. y, justo a la medianoche, el transporte paró en la regional del centro por un caucho espichado. Ver al ayudante con una linterna apuntando hacia los lados del autobús mientras el chófer trataba cambiar el caucho en medio de gritos e insultos: ¡Tranca el autobús porque nos van a caer del cerro!

Al oír eso, recé todo lo que me sabía hasta que llegó una patrulla de la Guardia Nacional. Del vehículo se bajaron tres funcionarios con metralletas: dos se pusieron delante; otro, atrás, lo que permitió a los chóferes arreglar el caucho con calma. Al terminar, el principal de ellos subió al autobús con goteras de sudor cayéndole en el pecho. Sacó algo de dinero, se lo entregó a uno de los funcionarios. Inmediatamente el auxiliar guardaba el gato y la caja de cartón que usaron de alfombra en una de las maleteras del autobús y, al subir, levantó la voz: ¡No hay paradas! ¡De aquí derecho a Coro!

El reloj marcó las 3:00 a.m. cuando llegué a un terminal solitario, agradeciendo que la puerta del baño público estaba abierta. Después de acicalarme y arreglar el crucifijo que siempre llevo en mis aventuras, tomé un taxi rojo con rumbo a la posada. Ya Roberto sabía que llegaría mucho más temprano que lo usual, así que me abrió rápidamente la puerta con mi hamaca lista para descansar del inusual viaje.



Al abrir los ojos, me veo rodeada de bellas matas, pinturas, artesanías, antigüedades y un rico olor a café. Me desperté con la sonrisa de Roberto y Marnie, quienes preparaban un colorido desayuno para los huéspedes. ¡Anota en la pizarra lo que quieres desayunar (arepas, huevitos, tortilla) y acércate a la habitación 4 que será la tuya por este fin! Cuarto de colores con sábanas artesanales y baño interno con espejo de murales. ¡Si tuviera una posada, sería así! Hecho a mano, con detalles artesanales, con cariño y esas ganas de atender a los demás. Definitivamente, valió la pena el susto.




Después de una larga ducha, pedí un taxi con rumbo al casco histórico donde vi una caseta para turistas donde al pagar una módica suma tenías un guía personalizado. Con cámara en mano, tomé fotos de amarillos, verdes, rojos y rosados. Casas antiquísimas, iglesias coloniales, museos, museos, más museos, sonrisas de niños y mi rostro sobre espejos del siglo XVIII.


Al finalizar la jornada, invité un café a mi guía sorprendido de mis anteriores viajes en solitario. Pero, ¿cómo una mujer como tú puede andar sin pareja?, pregunta muy repetitiva, pero era mi normalidad en esa época. Me dejó en la zona artesanal, donde me quedé hablando con una creadora muy simpática que cerró su local exclusivamente para llevarme a conocer el elixir del cocuy: puro, con parchita o rebajado fueron algunos de los sabores probados con leche de cabra mientras descansábamos en la plaza. ¡Vivir así es sabroso! Y a este festín se nos unió unas compañeras de la artesana, quienes nos invitaron a un local de boleros y cervezas. Así terminó mi tarde del viernes, mientras esperaba al taxi rojo que ya se había convertido de mi confianza.



Al llegar a la posada, sacó la mini laptop para escribir historias, preparar las clases del Icrea y revisar las redes del Multiplaza. Con los ánimos a mil, después de un recorrido majestuoso, así me desperté el sábado rumbo a los Médanos de Coro donde agradecí a Dios por llevarme con bien a este mágico lugar. Descansé debajo de una de sus pocas matas. Al salir, tomé una deliciosísima cocada mientras esperaba mi taxi rojo. Al dejarme en la posada, el chófer me pregunta: ¿Me aceptarías una invitación a comer pizza? Si es cercano a la posada, no hay problema.



La factura era un chiste en comparación a los precios de Caracas y hasta pensé: ¡No estaría mal mudarse a un sitio así!, pero algo me hizo ruido: Allí va otra mujer tatuada, ¡esa debe ser una puta! WTF. Sentí que me habían tirado a un abismo, entrado a una dimensión desconocida, vuelto al siglo XIX. ¿Qué comentario es ese? Bueno, es que toda mujer que acepte que un hombre la toque para hacerle un tatuaje, siendo este personaje un extraño, pues no es su pareja, debe ser consideraba una puta. Casi me atraganto con el sorbo de cerveza. Por ejemplo, tú te ves una mujer seria, no luces tatuajes ni nada de esas cosas raras ¡Eres periodista y, por tu cruz, veo que eres religiosa como las buenas mujeres! Lo bueno de Coro es que todas las putas, lesbianas, hippies terminan yéndose a la Vela de Coro. Aquí queda la gente seria.

¡No! No lo insulté ni nada por el estilo. Andaba en zona desconocida, así que solo fingí cansancio y me fui caminando a la posada. En el trayecto, me topé con mi amiga artesana quien me comentó que andaba apurada, pues vivía en La Vela de Coro... ¡Debía conocer la Vela de Coro!

El mar no es claro ni azul, pero el aire es tan fresco y vivaz, que sientes que todo es posible allí, en la Vela de los locos, artistas, creativos. Mientras comía un pescado, me reía al pensar que en pleno siglo XXI todavía hubiera una raza extraña de hombres trogloditas.



El domingo, día de conocer Adícora y su exquisita casa blanca en la esquina del mar. Nadé en tranquilas aguas mientras entendía que la felicidad era un simple momento, un ahora, un hoy, una brisa fresca, unas casas de colores, los cantos de unos niños, unas cervezas bien frías dentro de una bolsa azul con hielo, una carretera con rumbo a Paraguaná, un centro cultural, un taxista que te desplaza por las playas de Villa Marina en un carro azul y te dice: ¡Tienes ganas de vivir cerca del mar!






Comentarios

  1. Hay Dulce que genial escribes, tu lectura son 3D la siento tan vivida como si me estuvieras contando cara a cara tus historia, me haces reír y estar atento a cada párrafo siguiente de la historia, gracias por compartir tus experiencias... :-)

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