Dormir con los muertos




Imagínate que estás despierto en la cama, solo viendo el techo blanco de tu cuarto. Después de unos minutos, escuchas que alguien roza la ventana de madera, ubicada al frente de la habitación. El sonido se repite varias veces, así que te sientas, estiras las piernas, colocas los pies en el piso y te diriges a ver qué está haciendo sonar la ventana. Cuando la abres, miras un pasillo oscuro tanto del lado izquierdo como del derecho, todo silencioso y tranquilo; pero cuando quieres cerrar la ventana, no lo puedes hacer... algo te lo impide, tratas y tratas, así que esta vez lo haces con más fuerza y cuando por fin lo logras, aparece la sombra de una persona, una sombra que se hace más humana, más real, allí justo a tu lado izquierdo. ¿Qué haces?: te paralizas, corres o gritas. No sabes, claro que no lo sabes porque tienes que vivirlo para saber cómo tu cuerpo reaccionaría ante tal hecho.

Pero vamos a agregarle algo más, imagínate que cierras los ojos como si la imagen que vistes desaparecería con esta simple acción. Los vuelves a abrir y, en efecto, la sombra ya ha desaparecido. Así que abres la ventana en busca de aire para pasar el susto, pero la sombre ahora te mira fijamente, mientras otras sombras aparecen por el pasillo caminando de un lado a otro, sin dirección, sin sentido...

Cierras los ojos y, esta vez, tratas de gritar pero no te sale la voz, tu cuerpo tiembla, el corazón late rápidamente, más fuerte, más fuerte. Ahora la sombra te susurra al oído, sientes su respiración la cual se confunde con la tuya y, de repente, la sombra genera un chillido infernal, luego continúa con una respiración parecida a la de una persona asmática. ¿Tú, qué haces?: salir corriendo, gritar o simplemente rezar.

Esto último fue lo que hice, empecé con el Padre Nuestro, pasé por el Credo y terminé con el Ángel de la Guarda. Una y otra vez, una y otra vez hasta que mi corazón se llenó de voluntad y abrí de nuevo los ojos, y ya no había nada: el pasillo oscuro, tranquilo y sin nadie a mi alrededor; así que cerré la ventana, di una vuelta de reconocimiento por el cuarto, me agaché a ver si había algo debajo de la cama y, al sentir todo tranquilo, me volví acostar, arropándome todo el cuerpo y cubriendo mi cabeza con dos almohadas.

Aunque, cuando di la vuelta, mis pies tocaron algo: otros pies, sí, otros pies fríos. Estiré la mano, y mis sentidos reconocieron otro cuerpo que estaba a mi lado, durmiendo a mi lado. ¡Qué demonios era esto! Volvía a susurrarme, a respirar cerca de mí, y yo de nuevo inmóvil por los nervios, de nuevo ese aterrador chillido, que me hacía cerrar los ojos con fuerza y pedirle a Dios que todo volviera a la normalidad, y así se hizo: me senté, respiré y, al abrir los ojos, ya todo estaba en silencio, solo una cosa estaba fuera de su sitio: no estaba en la cama, sino en la sala. ¿Cómo había llegado aquí?, ¿Cómo logré despertarme en otro punto de la casa?, dudas que pronto encontrarían respuesta.

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