Los sueños: interpretación del futuro




Cuando estaba pequeña, tenía sueños extraños con castillos de piedras iluminados con antorchas. Me veía con traje de terciopelo, zapatos de punta al mismo color del traje. Entre mis manos: un vaso de metal golpeado con vino tinto. Nunca me llegué a ver la cara, pero mis manos eran blancas y el cabello me llegaba a la cintura: con muchos rulos  y rojo. 




Iba de salón en salón, entre coros y músicos, sirviendo vino a los aristócratas o personas pudientes por las capas, ropas, y joyas que llevaban. Allí lo vi: blanco, alto, cabello amarillo, capa negra y de profundos ojos verdes, él me pedía que lo acompañara a las afueras del castillo, y lo hice con ese susto en el corazón y estómago, ese palpitar que solo surge cuando hay amor.

Y allí estaba yo, contemplando al ser más bello del mundo, quien en un abrir y cerrar de ojos se moría entre mis manos con la promesa de que nos veríamos en la próxima vida, y allí desperté sudorosa, con arritmia y un sueño inmenso. Todo el día estuve somnoliente, recordando el sueño que había tenido a los 14 año de edad. 

Era tanta la impresión de sentirlo tan real, que lo escribí en un cuaderno que se acaba de topar conmigo nuevamente. Yo, morena, gordita, cabello malo, viéndome todo lo contrario a lo qué soy. ¿Será una realidad o solo una proyección de deseos adolescentes?

Lo cierto es que a los 22 años, estaba viajando por San Cristóbal y disfrutando de un rico almuerzo en un restaurante pueblerino cuando vi un afiche que hablaba de un concierto de música clásica con instrumentos del siglo XVIII, y allí justo estaba uno de los violines de mi sueño, que tiene la particularidad de ser redondeado y tener dos cuerdas.

Me sorprendí, me emocioné, me gustó ver ese afiche que me hizo pensar y me hace reflexionar que quizás sí somos seres de luz con vidas pasadas, y que estamos viviendo esta nueva historia para reflexionar, crecer espiritualmente y, por qué no, reencontrar el amor verdadero vida tras vida.



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