El poder de las ánimas

 





Risas, burlas, intrigas fueron algunas de las cosas que produjo mi corte de cabello repentino entre las personas del colegio, el cual solo aceptaba como estudiantes a personas del sexo femenino.

Por lo cual, se pueden imaginar que estudiar el bachillerato no fue una experiencia de travesuras o aventuras dignas de la adolescencia, más bien una etapa para conocer el lado más terrible de las mujeres.

Envidia, chismes, anorexia, bulimia, lesbianismo, embarazo prematuro fueron parte de mi día a día desde los 12 hasta los 16 años de edad. Características, sentimientos, adjetivos que me ayudaron a definir una posición que rechaza el maquillaje, el acto de tener amigas y el hecho de tener sexo sin protección.

En ese ambiente que definiría simplemente como de "víboras", me convertí en el centro de atención, no solo por las buenas notas, sino por mi decisión de tener una apariencia desaliñada y de evitar relacionarme con alguna de esas especímenes.

Por lo cual, ya podrán entender que cuando apenas abrí la puerta y las 40 adolescentes que estudiaban conmigo me vieron con el cabello casi rapado, se desató una especie de burla e ira colectiva sobre mi personas.

Al consejero del colegio, le explicaba que ese acto diario era como recibir constantemente bofetadas en la cara, dolor que se agradaba con los mensajes desagradables que me dejaban el pupitre, sumados a comentarios burlescos de los propios profesores.

Es verdad que la especialistas me explicó que esos hechos eran productos de la inmadurez de la adolescencia, pero igual no me sentía bien: las ganas de comer o pasear se me habían quitado; de casualidad salía del cuarto para ir al baño; no quería ni cruzar palabras con mi mamá o mis hermanas. Solo deseaba que el mundo desapareciera, especialmente, esas infames del salón de clase, malas estudiantes, prostitutas, brutas y, de paso, lesbianas.

Una y otra vez pasaban estas palabras por mi cabeza, llenándome de absoluta y real ira, sensación que para nada me desagradaba, más bien me llenaba de una inmensa fortaleza para no tenerle miedo a nadie, para no permitirle a nadie ninguna humillación, como me aconsejaban las voces de la noche.

Así que cuando fui de nuevo a clases, me les quedé mirando fijamente a cada una, especialmente, a las líderes del salón y, en silencio, las maldije una y otra vez. Claro, ellas no sabían qué estaba haciendo, así que solo respondían ante mi ira silenciosa con otra burla o con otro insulto, lo cual me daba aún más fuerzas para repetir: tú y toda tu descendencia tendrán una vida miserable, diez veces más miserable que la de un mendigo. Tu vida será un sufrimiento, un pozo llena de enfermedades y tristeza. En cambio, la mía estará llena de grandeza y prosperidad.

Apenas terminaba mi oración mental, en mi rostro se formaba una sonrisa de Mona Lisa debido a todas las imágenes macabras que se formaban en mi mente con sus estúpidas caras. Luego, seguía con mis clases y estudios de una forma solitaria y analítica; mientras las demás se llenaban de hijos que tenían que abortar en una clínica de Nueva Granada, de exámenes reprobados, de citaciones por hacer cosas indebidas en el baño con sus compañeras. En ese momento, sus vidas se llenaban de caos, mientras los profesores me eximían de las pruebas finales ¡Al fin, me sentía feliz!

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