Primer encuentro formal en la casita del terror
Tiempo: Hace 7 años
Lugar: azotea de la casa
Hora: mañana
Esas fueron las preguntas que me hizo una espiritista cuando tenía 15 años de edad, último recurso que usó mi familia al verme actitudes extrañas que no pudieron ser explicadas por psicólogos y psiquiatras.
¿Qué si lo recuerdo con exactitud? jajaja, me le reí efusivamente a la experta en hechos del más allá. Todo comenzó cuando jugaba con mi barbie ojos de diamante en la parte que no tenía techo de la azotea. La sumergía en una gran ponchera anaranajada que en mi imaginación lucía como una espectacular piscina, la cual brillaba de majestuosidad cuando se le combinaba con el traje de baño rosado y el cuerpazo de mi muñeca.
Ese juego inocente fue interrumpido por la voz de una mujer que, muy suavemente, me llamaba. Debo confesar que no le hacía mucho caso, ya que pensaba que era mi mamá que quería que bajara inmediatamente del lugar; pero la voz continuaba hasta que paraba en seco.
Al día siguiente, jugaba mi diversión favorita en la batea : colocar a diferentes hormigas en charcos de agua para ver si sobrevivían, hasta que la voz volvió a surgir: Dulllllllce, voltea, Dullllllllce,Dulllllllllllllce, ¡Dulce! Y no miraba hacia atrás, no sé por qué, pero no volteaba, no deseaba desconcentrarme de mi entretenido juego.
Así duró toda esa semana, hasta que fastidiada de la misma situación le dije a mi mamá que por qué me llamaba cada vez que subía a la azotea y, como deben imaginarse, me respondió que jamás me había llamado, lo cual me pareció extraño.
Esta intrigante situación no impidió seguir con mis divertidos juegos de estudiar el comportamiento biológico de las hormigos o nadar en mi imaginación con mis queridas barbies y, en uno de esos momentos, la voz volvió a surgir más lentamente y, de forma pausada, se transformó en un susurro en mi oído.
Mi piel se erizó, como reacción intuitiva cerré los ojos y comencé a rezar lo único que me sabía que era el ángel de la guarda, oración que repetí una y otra vez hasta que la voz desapareció.
Abrí los ojos, volteé de forma temerosa y no vi nada, así que agarré mi muñeca y bajé rápido las escaleras hasta encontrarme con mi mamá, quien me preparaba mi pan con mantequilla y azúcar, el plato que me acompañaría la merienda de toda mi infancia.
Lugar: azotea de la casa
Hora: mañana
Esas fueron las preguntas que me hizo una espiritista cuando tenía 15 años de edad, último recurso que usó mi familia al verme actitudes extrañas que no pudieron ser explicadas por psicólogos y psiquiatras.
¿Qué si lo recuerdo con exactitud? jajaja, me le reí efusivamente a la experta en hechos del más allá. Todo comenzó cuando jugaba con mi barbie ojos de diamante en la parte que no tenía techo de la azotea. La sumergía en una gran ponchera anaranajada que en mi imaginación lucía como una espectacular piscina, la cual brillaba de majestuosidad cuando se le combinaba con el traje de baño rosado y el cuerpazo de mi muñeca.
Ese juego inocente fue interrumpido por la voz de una mujer que, muy suavemente, me llamaba. Debo confesar que no le hacía mucho caso, ya que pensaba que era mi mamá que quería que bajara inmediatamente del lugar; pero la voz continuaba hasta que paraba en seco.
Al día siguiente, jugaba mi diversión favorita en la batea : colocar a diferentes hormigas en charcos de agua para ver si sobrevivían, hasta que la voz volvió a surgir: Dulllllllce, voltea, Dullllllllce,Dulllllllllllllce, ¡Dulce! Y no miraba hacia atrás, no sé por qué, pero no volteaba, no deseaba desconcentrarme de mi entretenido juego.
Así duró toda esa semana, hasta que fastidiada de la misma situación le dije a mi mamá que por qué me llamaba cada vez que subía a la azotea y, como deben imaginarse, me respondió que jamás me había llamado, lo cual me pareció extraño.
Esta intrigante situación no impidió seguir con mis divertidos juegos de estudiar el comportamiento biológico de las hormigos o nadar en mi imaginación con mis queridas barbies y, en uno de esos momentos, la voz volvió a surgir más lentamente y, de forma pausada, se transformó en un susurro en mi oído.
Mi piel se erizó, como reacción intuitiva cerré los ojos y comencé a rezar lo único que me sabía que era el ángel de la guarda, oración que repetí una y otra vez hasta que la voz desapareció.
Abrí los ojos, volteé de forma temerosa y no vi nada, así que agarré mi muñeca y bajé rápido las escaleras hasta encontrarme con mi mamá, quien me preparaba mi pan con mantequilla y azúcar, el plato que me acompañaría la merienda de toda mi infancia.
El azúcar me hacía olvidar lo de los susurros, los cuales reaparecían mientras dormía, así que agarraba una almohada extra y me la ponía sobre el oído que quedaba descubierto (costumbre que todavía guardo) y me pareció el santo remedio a esa fastidiosa forma de llamarme.
Un día soñaba tan plácidamente que estaba en la playa viendo los azules y podía tocar con mis manos el brillo del sol hasta que todo se volvió oscuro, un frío cuarto negro, solo y, de nuevo, Dulce, Dulllllce, Dulllllceeeee. ¡Me faltaba el aire, no podía respirar, el cuello me ardía, quiero gritar y no me sale la voz, quiero gritar que no puedo respirar, quiero salir de este cuarto, me arde el cuello! Siento... es como... pero ¿quién me está estrangulando?
Abro los ojos y unas manos de mujer anciana con uñas largas y puntiagudas me estrangulaban con total odio y violencia que volví a cerrar los ojos. Ángel de mi guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día, ya puedo respirar, ya no me duele el cuello. Dulce, abre los ojos, tú puedes, pero y si sigue allí, abre los ojos, sigue rezando mentalmente y no te pasará nada. Despierto sudando en el cuarto oscuro, mi mamá no estaba en la cama, la segunda almohada en el piso, las lagrimas ruedan por mis mejillas.... ¡Mamá, mamá, mamá! Mi voz infantil es un eco, la casa sola, totalmente sola. Los susurros ahora son una risa que se desvanece en los pasillos.
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